En el sector del software libre y de código abierto—y, en un sentido más amplio, del contenido libre—las licencias de derechos de autor suelen clasificarse en dos grandes categorías:
En síntesis: las licencias permisivas posibilitan compartir sin restricciones con el público, mientras que las licencias copyleft limitan ese intercambio a quienes mantienen el mismo compromiso con la apertura.
Desde joven he sido un apasionado y desarrollador de software y contenido libre y de código abierto, enfocado en crear herramientas y recursos pensando en el beneficio colectivo. Antes me inclinaba por las licencias permisivas (de hecho, mi blog emplea la WTFPL); sin embargo, últimamente he empezado a decantarme por el modelo copyleft. En este artículo explico los motivos de este cambio de postura.
La WTFPL es una interpretación de la libertad en el software, aunque no es ni mucho menos la única existente.
Al principio quería que mi trabajo llegara lo más lejos posible, y las licencias permisivas dejan claro que cualquiera puede hacer obras derivadas sin condicionantes, lo cual las hace idóneas para ese fin. La mayoría de empresas evita abrir sus proyectos gratuitamente, y soy consciente de que no puedo forzarles a abrazar plenamente el movimiento del software libre. Mi intención era no chocar innecesariamente con sus usos consolidados.
En lo filosófico, siempre he sido contrario al copyright (y las patentes). No comparto que dos personas que comparten datos entre ellas puedan estar incurriendo en un delito frente a un tercero: ni interactúan ni privan de nada al tercero (“no pagar” no equivale a “robar”). Por motivos legales, situar explícitamente una obra en dominio público es complejo en la práctica. Por eso, las licencias permisivas resultan la vía más pura y segura de aproximarse a una postura de “renuncia al copyright”.
Admiro la idea de “combatir el copyright con copyright” que introduce el copyleft y la considero una brillante innovación jurídica. En parte refleja la filosofía liberal, que tanto valoro: como doctrina política, el liberalismo rechaza la violencia salvo para prevenir daños; como principio social, defiende que la libertad es un valor sagrado y su vulneración, reprobable en sí misma. Aunque las relaciones voluntarias y poco convencionales de otros te incomoden, no puedes intervenir, porque inmiscuirse en la vida privada de los individuos libres es un agravio en sí. Por tanto, históricamente han coexistido el rechazo al copyright y el “uso del copyright contra el copyright”.
Sin embargo, aunque el copyleft aplicado a obras literarias encaja con esa visión minimalista, la GPL para software va mucho más allá: exige por la vía del copyright la divulgación pública del código fuente. Aunque su finalidad es el interés colectivo y no la mera explotación de licencias, sigue siendo una aplicación enérgica del copyright. En licencias todavía más restrictivas como la AGPL, se da un paso más allá: incluso aunque una derivada solo esté disponible como Software como Servicio (SaaS) sin publicarse, igualmente se exige hacer público el código fuente.
Las distintas licencias de código abierto imponen diferentes exigencias de publicación de código sobre las obras derivadas; algunas reclaman la divulgación en muchas más circunstancias que otras.
Mi giro de las licencias permisivas al copyleft se apoya en dos grandes cambios en la industria y en una evolución de mi pensamiento filosófico.
En primer lugar, el open source se ha generalizado, haciendo más viable motivar a las empresas a sumarse. Hoy, gigantes tecnológicos—como Google, Microsoft, Huawei y otros—no solo adoptan, sino que lideran el desarrollo de software abierto. En campos emergentes como la inteligencia artificial y las criptomonedas, la dependencia del open source supera la de cualquier sector previo.
En segundo lugar, la competencia en el cripto es cada vez más feroz y orientada al beneficio. Ya no se puede confiar en la buena voluntad para que los desarrolladores abran el código. Ahora, promover el open source no depende solo de la ética (“por favor, abre tu código”) sino de los “requisitos estrictos” del copyleft, que restringe el acceso solo a quienes también devuelven su trabajo a la comunidad open source.
Si representamos visualmente cómo influyen estas fuerzas en el valor del copyleft, el gráfico sería así:
En escenarios donde el open source no es imposible pero tampoco inevitable, los incentivos al open source tienen el máximo efecto. Actualmente, el sector empresarial y el cripto reúnen este perfil, por lo que el papel del copyleft como incentivo es mucho más relevante que antes.
(Nota: El eje horizontal mide la motivación para abrir el código; el vertical, la probabilidad. Los diagramas muestran cómo el copyleft genera sinergias más intensas entre motivación y adopción en empresas tradicionales, mientras que en cripto el retorno marginal disminuye conforme madura el ecosistema—ilustrando cómo la lógica del copyleft evoluciona con la industria.)
En tercer lugar, teorías económicas como las de Glen Weyl me han convencido de que, en contextos de rentabilidad superlineal, la política óptima no es un régimen estricto de propiedad intelectual como Rothbard/Mises, sino uno que fomente más apertura de la que ocurriría por sí sola.
En resumen: si hay economías de escala, los números demuestran que la falta de apertura siempre lleva a la supremacía de un único actor. Las economías de escala suponen que, si yo gestiono el doble de recursos que tú, obtendré más del doble de beneficios. Al cabo de un año, tendré 2,02 veces tus recursos, y con el tiempo la diferencia crecerá—
Izquierda: en crecimiento proporcional, las pequeñas diferencias iniciales se mantienen; derecha: con economías de escala, incluso las disparidades menores se amplifican rápidamente con el tiempo.
Históricamente, el freno clave ante los desequilibrios desbocados ha sido la difusión incesante del progreso. Cuando el talento migra entre empresas y países, las ideas y habilidades también lo hacen; las naciones menos avanzadas se igualan por el comercio; y la inteligencia industrial evita que la innovación quede en manos de unos pocos.
No obstante, varias tendencias recientes están debilitando esas barreras y los mecanismos de compensación del crecimiento:
El efecto combinado de estas tendencias es que los desequilibrios de poder entre empresas y estados aumentan y, en ocasiones, se agravan mutuamente.
Por todo ello, estoy cada vez más convencido de que hacen falta mecanismos más contundentes para fomentar o exigir la difusión tecnológica.
Las políticas recientes de gobiernos de todo el mundo pueden verse como intervenciones obligadas para acelerar el acceso a tecnología:
El principal inconveniente de estas políticas, en mi opinión, es que al ser impuestas por el Estado, suelen priorizar formas de difusión alineadas con intereses políticos o empresariales propios. Su ventaja, no obstante, es real: ayudan de verdad a difundir tecnología con mayor rapidez.
El copyleft, en cambio, crea un enorme fondo de código (o de obras creativas) que solo puede aprovecharse si también abres tus derivadas. Así, el copyleft funciona como un incentivo universal y neutral para la difusión tecnológica, proporcionando los beneficios de esas intervenciones estatales pero sin la mayoría de sus inconvenientes. Esa neutralidad se debe a que el copyleft no prefiere a ninguna parte ni exige que un ente central ajuste parámetros.
Por supuesto, estas conclusiones no son categóricas. Si la máxima extensión de la difusión es lo prioritario, las licencias permisivas siguen teniendo su sitio. Pero, en conjunto, el valor añadido del copyleft hoy multiplica el que ofrecía hace quince años. Proyectos que antes optaban por licencias permisivas deberían, al menos, valorar el copyleft en la actualidad.
Desgraciadamente, el término “open source” se ha alejado bastante de su significado original. Sin embargo, en el futuro quizá veamos vehículos de código abierto—y el hardware copyleft podría ser clave para conseguirlo.