¿Qué peso debe tener una mujer para que un hombre, después de los cuarenta, aún sueñe con ella noche tras noche y despierte sin poder calmarse? Se casaron jóvenes, uno a los diecinueve y otro a los dieciséis. En ese año, ambos eran aún inexpertos, como dos hojas en blanco. Pero en ese papel en blanco, juntos plasmaron los primeros momentos de ternura y tranquilidad de la vida. Él no deseaba casarse, con la mente en la vida ascética, pero la disposición de los mayores de su familia le obligó a ceder. Sin embargo, después de casarse, se dio cuenta de que su carácter sereno y su sabiduría complementaban perfectamente su naturaleza ardiente y directa. A él le gustaba hablar con elocuencia y charlar con todos, mientras que ella siempre se sentaba en silencio detrás de la pantalla, escuchando atentamente, y solo por la noche le recordaba suavemente: "Hoy esa persona hablaba mucho pero era vacío, no te hagas amigo cercano." En ese momento, quizás a él no le importaba, pero muchos años después, cuando las inclemencias de la vida se hicieron más notorias, se dio cuenta de que cada una de sus palabras era increíblemente precisa. Él leía, mientras ella cosía a su lado, en silencio. De vez en cuando, una frase suya podía completar perfectamente un verso que él había olvidado. Así fue como se dio cuenta de que ella ya había comprendido su mundo en silencio. No pasaron mucho tiempo juntos, solo once años. Ella falleció temprano, dejando a un niño pequeño. Desde entonces, en su vida ya no hubo nadie que lo entendiera, lo estabilizara y lo protegiera. Hasta que un día, la soñó. En el sueño, ella seguía tan suave como siempre. Al despertar, ya había amanecido y a su lado no había nadie. Entonces, finalmente tomó la pluma y escribió todo esto: "Diez años de vida y muerte, dos confusiones, al no pensarlo, es difícil olvidar. Un cementerio solitario a mil millas, sin lugar para hablar de la tristeza. Aunque se encuentren, no se reconocerán, el polvo en la cara, las canas como escarcha. La noche llega y el sueño de repente vuelve a casa, la pequeña ventana, justo peinándose. Se miran en silencio, solo hay lágrimas en mil filas. Supongo que cada año en ese lugar de dolor, en la noche de luna llena, en el corto monte de pinos."
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¿Qué peso debe tener una mujer para que un hombre, después de los cuarenta, aún sueñe con ella noche tras noche y despierte sin poder calmarse? Se casaron jóvenes, uno a los diecinueve y otro a los dieciséis. En ese año, ambos eran aún inexpertos, como dos hojas en blanco. Pero en ese papel en blanco, juntos plasmaron los primeros momentos de ternura y tranquilidad de la vida. Él no deseaba casarse, con la mente en la vida ascética, pero la disposición de los mayores de su familia le obligó a ceder. Sin embargo, después de casarse, se dio cuenta de que su carácter sereno y su sabiduría complementaban perfectamente su naturaleza ardiente y directa. A él le gustaba hablar con elocuencia y charlar con todos, mientras que ella siempre se sentaba en silencio detrás de la pantalla, escuchando atentamente, y solo por la noche le recordaba suavemente: "Hoy esa persona hablaba mucho pero era vacío, no te hagas amigo cercano." En ese momento, quizás a él no le importaba, pero muchos años después, cuando las inclemencias de la vida se hicieron más notorias, se dio cuenta de que cada una de sus palabras era increíblemente precisa. Él leía, mientras ella cosía a su lado, en silencio. De vez en cuando, una frase suya podía completar perfectamente un verso que él había olvidado. Así fue como se dio cuenta de que ella ya había comprendido su mundo en silencio. No pasaron mucho tiempo juntos, solo once años. Ella falleció temprano, dejando a un niño pequeño. Desde entonces, en su vida ya no hubo nadie que lo entendiera, lo estabilizara y lo protegiera. Hasta que un día, la soñó. En el sueño, ella seguía tan suave como siempre. Al despertar, ya había amanecido y a su lado no había nadie. Entonces, finalmente tomó la pluma y escribió todo esto: "Diez años de vida y muerte, dos confusiones, al no pensarlo, es difícil olvidar. Un cementerio solitario a mil millas, sin lugar para hablar de la tristeza. Aunque se encuentren, no se reconocerán, el polvo en la cara, las canas como escarcha. La noche llega y el sueño de repente vuelve a casa, la pequeña ventana, justo peinándose. Se miran en silencio, solo hay lágrimas en mil filas. Supongo que cada año en ese lugar de dolor, en la noche de luna llena, en el corto monte de pinos."